PORTADA Y DATOS DE EDICIÓN DEL LIBRO

viernes, 23 de septiembre de 2016

LA CARRETERA DE LA VIDA

Al encenderse el astro mañanero,
se iluminan paredes y ventanas,
zaguanes, soportales.
Al despertar del lóbrego agujero,
las pasiones humanas
se hunden de nuevo en simas abismales.

Calles mitad en sol, mitad en sombras
se llenan de color
con tupidas alfombras
que se unen a la gris legua de asfalto.
Con ánimo y vigor
mi torre al cielo va de un solo salto.

Con empeño persiste
mi corazón que encumbra
al ser que mi yo alumbra.
Mis ojos buscan todo cuanto existe.

Sin temor a la vida miro al frente,
me voy con la cabeza levantada.
Por sí misma se forma la pendiente
que a fuerza de años se abre en mi terreno
sin usar voladura controlada,
sin mecha ni barreno.

             © Antonio Macías Luna

HABLAR O CALLAR

¿Quién no se inquiere alguna vez por qué
es deseable el silencio
mientras no haya que apretar los dientes,
mientras salga de dentro?
Como hace el solitario
que se entrega a cualquier alud de sueños,
sílfides que resurgen
del promontorio azul de unos anhelos.

Callados una y otra vez, al mundo
abrimos rosas, lirios, pensamientos
para que los irriguen
de amores y deseos.
Y en el camino asiduo,
¿quién no lanza a la piedra un pie certero,
seguro de que el golpe no le inclina
la plomada del cuerpo?

¿Quién no se siente en pena alguna vez?
¿Quién no cose un desgarro en el pecho
llorando por callar,
arrepentido por no hablar a tiempo?

© Antonio Macias Luna
Lautaro (Chile), 20/02/2004

CUANDO TODO ES DOLOR



Cuando todo es dolor,
cuando uno no se ríe
y el mundo se nos viene encima;
si se adolece de alma triste
y se abre por delante un foso,
mejor aun se escribe.
Es necesario recorrer
los negros jardines
de los abismos del espíritu,
beber los amargos elixires
que la vida brinda,
sin bacanales ni festines;
cruzar por la noche un estanque,
como osado cisne,
hasta la otra orilla
para al fin reírse.

© Antonio Macías Luna

LA HORMIGA

Nadie asiste a la hormiga,
que en jornadas de lluvia por enero
rehuye las goteras de la viga
y en días que son hijos del caldero
sufre más que nosotros de calores.
Quizás le presten una mano amiga
cuando no crezcan en el mundo flores.

Bajo el cemento eleva rascacielos,
laberintos de oscuros pasadizos;
sube sin ascensor “Alpes” de pisos,
donde alterna fatigas con anhelos.

Al caminar, no yerra
y bebe del sudor mientras trabaja.
Una brizna de paja
le abruma mientras funde con la tierra
la ingrata labor.
Sus patas llevan en zigzag de trenza
los panes que, aliñados en sudor,
le colman la despensa.

Tú y yo necesitamos del metal
para tener el alimento cerca.
Ella transporta el grano sin costal,
bulto que aguanta terca.
Tú y yo viajamos por las autopistas,
ella camina en piedras con aristas.
Nos peleamos tú y yo por un lecho
donde amar y parir,
donde alienta sollozos nuestro pecho
derramando aguas antes de morir. 

Ella, agotada, duerme
y un día al fin entrega
su corazón inerme,
dejando para otras la refriega.

© Antonio Macías Luna

ENTRE MIS DEDOS



Entre mis dedos se desliza un mundo
La bola de cristal de una despedida.
Veo un inverosímil cuadrado de luz en su redondez.
Sugiere alejamiento
La ventana azul por la que no transflora nada.
El espejismo del celaje
No me deja atisbar hacia adentro
Y mantiene mis ojos expectantes afuera.

Ilusión óptica me brinda la bola del adiós,
Adiós que se divierte que deforma su esfera
En un cubo de hiriente cuadratura
Tirando de mis hombros hacia abajo.

© Antonio Macías Luna
Lautaro (Chile), 4/6/2004

EL SILENCIO

Justo al romper el día,
cuando el rocío empapa la ventana,
es el silencio pura melodía;
clave de sol armónica que emana 
octava en mudo tono
por la ausencia del hálito del aire. 
Y en total abandono
se despierta el oído
al más leve discurso del albor,
en dulce sinfonía
con mi cuerpo dormido.

© Antonio Macías Luna
Castilblanco de los Arroyos (España), 22/1/1999

EL BOSQUE DEL AMOR

Espeso y laberíntico follaje
crece ante nuestros ojos.
El bosque del amor,
tan deseado por todos;
tan respetado por la hiriente hierba,
que punza en lo más hondo.

Serias incertidumbres
presenta el arbolado con sus troncos
y exuberantes copas,
donde nos dan acoso
la certeza y la duda,
la risa y el enojo.

En la selva de amor nos adentramos,
y a veces se hunden nuestros pies en lodo.
Si queremos salir,
desesperamos en cerrado coto.

© Antonio Macias Luna
Castilblanco (España), 24/10/2001

AÑORÁNDOTE EN EL VIENTO

Sopla el viento hablándome,
y tú no estás a mi lado;
sopla indolente el viento en la tarde,
y tú no ríes a mi vera;
aproxima tus palabras el aire,
y un soplo burlón me las aleja.

Voy
sin rumbo, errando
por un páramo yermo, por un desierto;
caminando solo, enclaustrado en ti.

Voy
oído avizor a todo lamento,
oyendo cada sonido
del viento;
oído avizor
voy
a tus mensajes perdidos.

Estás fuera de mí en el espacio,
pero te aposentas en mi espíritu.
No me pueden besar tus labios,
no puedo repetir tu aliento.

Afino mis sentidos
ante cada palabra del viento,
y su idioma imparable juega
con mis oídos
como tú implacable juegas
con mis pensamientos.

© Antonio Macías Luna,
V. Alemana (Chile), 17-7-2008

CADA NOCHE

Cada noche, al pasar por tu portal,
veo tu rostro de ajenjo entre las sombras
enfrentándose al cerco de la luna,
que le impone su escarcha de corona.
Te saludo y te digo mil piropos,
pero tus ojos ríen con la sorna.
esclavos del noctámbulo misterio,
lejos de mí los lanzas, orgullosa.
A pesar del destello de mi voz,
nunca se abre tu boca.

Cuando esta noche cruce por tu acera,
al dejarme el fulgor de las farolas,
de otra serán mis galas encendidas.
Dedicaré a la luna mis lisonjas
para que, enamorada de un tozudo,
de ti, ingrata, se esconda.

        © Antonio Macías Luna
        Lautaro (Chile), 26/02/2004

RECUERDO AQUELLA TARDE



Recuerdo aquella tarde azul de mayo
mientras, echado en su hombro, le decía:
"Pronto verás brotar el recio tallo,
que nos traerá fortuna y alegría".
Por laureles y trémulas moreras
llegaba el huerto hasta las sementeras.

Sus ojos eran fuente de luz pura,
émulos fieles del atardecer;
los míos discernían con ternura
frutos que comenzaban a crecer.

Sacudían los cuerpos nuestras risas
en el sendero hollado por carreras,
y acariciaban manos suaves, lisas,
las mías arrugadas y groseras.

La primavera fértil y agradable,
preludio fue de aquel otoño amargo
que, tras desenvainar un torvo sable,
en mi costado hundió su acero largo.

Me afligen con pesar tardes de siesta,
de colorido claro, acogedor,
con los perfumes del jardín en fiesta,
que auguraron el fin de nuestro amor.

Sin ella estaba, al destemplar septiembre.
Ya no recorre junto a mi el camino.
Sin ella estoy al enfriar diciembre,
y llora el perro tras su olor, cansino.

Ante la senda rota por la nieve
contemplo alrededor ramas desnudas.
Quiero que a ella mis suspiros lleve
el vendaval cargado de hojas mudas.

Me aúllan hoscas, frías ventoleras:
"Ya no vendrá. Sabes que justo aquí,
entre blancos laureles y moreras,
muere el carril que la alejó de ti".

© Antonio Macías Luna
Castilblanco (España), 16/10/2000

LA ESPUMA DE LAS OLAS

La orla sinuosa de envolvente encaje,
espuma de las olas
que se deshacen en la orilla a solas,
es vómito de ácido brebaje
que el mar arrastra a nado en su saliva,
en su rugiente deriva.

Fronteras espumosas delimitan
la sinalefa entre la arena y el mar,
dos inmensos colosos que se excitan.
Un vaivén susurrante los enfrenta
con caricias suaves, el trotar
de su cópula lenta.

    © Antonio Macías Luna

LA SOMBRA DE UNA FAROLA

   Como estaca de tiempo milenario
con la sombra lanzándose hacia el norte, *
un triángulo rectángulo es el porte
de una farola, esfera sin horario.
   Se enfrenta inmóvil con el viento a diario.
El sol le arrima, haciéndole la corte,
la eterna compañía de un consorte:
el asfalto sin signo numerario,
   sin manecilla que señale la hora.
Con estable querencia se le cruza,
la base del herraje le devora,
   un reptil flacuchento que se aguza
y se estira, rotando con demora
su cola rectilínea e intrusa.

         © Antonio Macias Luna
            Lautaro (Chile), 3/9/2004


*en el hemisferio norte

LOS AROS DE LA NOCHE



Anillos de tinieblas giran alrededor
delineando el perímetro de luna
que da forma a unas mesas.
Unas sillas se agachan ante los aros
invisibles, que no se distorsionan
nii se detienen ante la cara fantasmal
de los objetos lisos y redondos.

Las mesas, sillas quedan sin moverse,
sus pies clavados en la arena oscura
de una playa sin dunas;
sus patas enterradas en la tumba
de un salón somnoliento.

Los aros despintados de la noche,
incansables, se gastan sobre el suelo.
Son ruedas que traspasan
una puerta que da a ninguna parte,
unos postigos a la noche abiertos
donde el salón sin luz se frena en seco.

Sin meta cierta giran los anillos
dejando atrás sus llantas de ojos negros.

          © Antonio Macías Luna

A UNA DESCONOCIDA

   En la playa eres quieta caracola.
No te asusta, cercana, la marea
que sube. Mi mirar te saborea
la piel salobre, sueño de la ola. 
   El cielo azul violeta se arrebola.
Muere encima de ti una enorme tea,
Dios vivo duda, relampaguea;
despacio baja su sagrada bola
   de fuego, que deforma el horizonte.
Junto a dunas rojizas hay un monte
de curvas que me invita a contemplar
   viendo un refugio de calor y mimo.
Sigues dormida, te amenaza el mar
mientras con la mirada a ti me arrimo.

           © Antonio Macías Luna
           Lautaro (Chile), 21/3/2004