en alta voz y en un suspiro incluso
de modo soez, con negligente uso,
en los calores de una charla amena.
Tener de sílabas la boca llena,
con un lenguaje diáfano o confuso,
es don divino para el hombre obtuso
cuando la lengua libre no le frena.
Con su vasta sapiencia, el Hacedor
le deja convivir con animales,
entre gritos de fieras y en corrales.
Pero humanos que opinan con primor
a menudo nos colman de estupor
gruñendo más que los irracionales.
© Antonio Macías Luna