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jueves, 22 de septiembre de 2016

EL PROYECTIL DE LA VIDA


Nacemos de un disparo en el campo del lecho,
con la diana en el Reino de Dios, su amplia antesala.
Nos sueltan la existencia, una alocada bala
que atraviesa los vientos y asciende en corto trecho.

Nos lanza el proyectil por el que damos todo
para alcanzar, de mal grado, cotas de años.
Hora a hora, subimos desgastados peldaños
y ocupamos lugar de forzoso acomodo
en tupida avalancha, en vida pasajera
que nos impulsa a todos por un conducto recto.
En él se desenvuelve la hez del mundo infecto,
sumido en angustiosa e ineludible espera.

Consolidan mi empeño conocer y aprender,
los amores pintaron mi alma de colorido.
De mis sabias neuronas nunca saqué partido,
pero el tiro en su vía recta me hace entender
que no siempre pierdo, que gano, y al vivir
sufro risas y llantos. Alzo, amoroso, a Dios
con humildad los ojos, y a menudo la voz
por la inquietante espera de un tren para partir.

En el fondo del alma albergo inconformismo,
y herido por ortigas, viajo con rapidez
sabiendo que me acerco por una sola vez
a península estrecha de quebrantable istmo,
al andén pavoroso del final de la vida;
estación en penumbras, vastísimo terreno
donde derraman lágrimas quienes dejan el seno
de su existencia abrupta, azarosa y sufrida.

Ah, si la bala parase sin llegar al tremendo
impacto y en el aire quedara suspendida,
¿qué haría el ser humano entre el fin y la vida?
La haría caer despacio para seguir viviendo.


         © Antonio Macías Luna

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