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lunes, 21 de noviembre de 2016

FLORES, TIERRA Y SOL

Flores, tierra, sol; olor, mármol, luz.
Besan rayos lúcidos violetas lozanas,
trémulas al aire, al pie de una cruz
llena de crespones con verdes y granas.

Recio, arrastra el viento a caminos pulcros
flores harapientas. Rosas, lirios, nardos
pintan ricamente de color sepulcros;
negra inspiración de afligidos bardos.

Se hacinan coronas en mosaico mate
que muestra a la Virgen con el Niño en brazos.
El alma del triste cementerio late
con salmos de adiós entre negros lazos.

Flores arrojadas, póstumo tributo,
honran al cadáver lívido en la fosa.
Llantos desgarrados, cánticos en luto,
flotan en extraña calma pesarosa.

En el patio frío de albero reposan
el amor y el odio, el pobre y el rico.
Escondidas ratas los nichos acosan
con miseria pútrida en amplio abanico.

Se elevan cipreses sobre el polvo de oro.
Las flores abrigan asustadas moscas,
que al fuego del día en zumbador lloro
se lanzan rondando las yacijas hoscas.

Insectos ansiosos saltan de hoja en hoja,
susurran con sones graves, excitados
por fétido hedor de carnaza roja,
tizones extintos de infiernos quemados.

Flores, sol y tierra. Todos hacen juego
para acompañar en el velatorio
a quien desespera ante el torvo fuego
que aguarda su presa en el crematorio.

¡Ay, míseras flores!, perfumado adorno
pegado al cajón, de vigor colmadas,
morís a merced del furor del horno
o al pie de una imagen, con amor dejadas.

¡Oh, sol esplendente, cirio universal!,
regalas al mundo rayos fugitivos.
Plañidero ardiente de nombre mundial
que velas a diario la senda de vivos.

¡Ay, Tierra redonda, la Gran Sepultura!,
escribes de muertos con tinta de historia
tras largo correr de incierta aventura
y comes a vivos sin pena ni gloria.

© Antonio Macías Luna








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